miércoles, 23 de marzo de 2011

El Secuestro Amigdalino

Me gustaría hoy hablaros de la gestión de las emociones y de un hecho curioso que sucede dentro de nosotros sin darnos cuenta, pero que tiene un alto impacto para nuestra salud y capacidad de crecer interiormente. El conocimiento que os trato de revelar es algo que se conoce desde hace tiempo y que subyace a una larga lista de trastornos y patología en el ser humano. Y tiene nombre, un nombre aterrador: El Secuestro Amigdalino!

Para que podamos entender mejor el concepto, debemos remontarnos a los ancestros del ser humano, incluso antes de que existiera el lenguaje y a sus mecanismos básicos de defensa. El cerebro de los mamíferos hace unos cien millones de años sufrió una transformación, evolucionando del delgado cortex hacia el evolucionado neocortex que rodea el cerebro interno, que debe plegarse sobre sí mismo para aumentar su superficie y por tanto almacenar mayor número de células neuronales y que es la región que coordina nuestros movimientos, que nos permite comprender lo que sentimos y lo mas importante, que es capaz de planificar a largo plazo, lo que influyó de forma definitiva en el desarrollo del intelecto. En el Homo Sapiens el neocortex es tan grande que incluso nos permitió adaptarnos a las adversidades mediante la capacidad de solucionar problemas muy complejos. Se puede decir que hemos sobrevivido  gracias al talento del neocortex que ha envuelto y silenciado a nuestro cerebro ancestral, usurpando las funciones instintivas del cerebro primitivo que se encuentra debajo y que configuran las estructuras límbicas. Por citar a modo de ejemplo podemos comparar lo que hace el sistema interno del cerebro que controla el deseo sexual y el placer, mientras que el neocortex permite la creación de un vínculo emocional fuerte entre madre e hijo por ejemplo, el amor.

Sin embargo el funcionamiento del neocortex es tan perfecto que anula, o mejor dicho enmascara, aparentemente al sistema primigenio que controla nuestros instintos. Cuando nos enfrentamos a una amenaza real, como por ejemplo encontrarnos de repente con un león cara a cara, nuestro sistema límbico, gestionado básicamente por nuestras amigdalas (no confundir con las anginas, ver foto) que se encuentran en el centro de nuestro cerebro, reacciona en milisegundos poniendo en marcha una serie de mecanismos automáticos que nos preparan para aumentar nuestra supervivencia: inyecta adrenalina en nuestra sangre, modifica los angiotensores dilatando los vasos sanguíneos que alimentan los músculos, disminuye el riego sanguíneo de nuestro neocortex y en concreto el lóbulo frontal, aumenta el pulso cardiaco, modifica el nivel glucosa y triglicéridos de la sangre, aumenta el colesterol generado por el hígado para su consumo inmediato, etc. En definitiva nos prepara de forma instantánea para poder huir a toda velocidad del peligro.
¿Pero qué es lo que sucede cuando tenemos a un jefe que nos pide resultados que no podemos alcanzar, cuando no llegamos a fin de mes con el sueldo que tenemos, cuando estamos en una reunión y no somos capaces de que se entiendan nuestros argumentos y de ello dependa nuestro futuro, cuando llegamos tarde a una cita porque estamos parados desde hace una hora en un atasco? Pues básicamente lo mismo. No es nuestro sistema límbico el que entra en acción de forma inmediata, sino que nuestro neocortex mediante sus estratégias de planificación y resolución de problemas, induce un estado de ansiedad que la amigdala interpreta como un peligro mayor en realidad del que es, puesto que la mayoría de las veces no es nuestra supervivencia real la que está en juego, sino simplemente el ajuste al plan establecido por el neocortex. Es tal la fuerza del neocortex por alcanzar el objetivo seleccionado que induce una señal de peligro al sistema límbico que se activa de inmediato.

Es decir que activamos nuestro sistema de supervivencia evolutivo cuando no es necesario,pues no tenemos que activar los músculos, no disminuir el riego del lóbulo frontal del cerebro, ni aumentar nuestro ritmo cardiaco, ni producir más colesterol ni triglicéridos en la sangre. Resultado: Un desastre para nuestro organismo. Y por si fuera poco, cuando nos encontramos de repente con un león, el proceso de sobrevivir o morir dura escaso minutos, mientras que el vernos acosados por nuestro jefe o sentir que no podremos pagar la hipoteca y perderemos nuestra vivienda, nos mantiene en este estado durante horas o incluso semanas o meses. Es decir, hemos quedado secuestrados por nuestra amígdala! Y este secuestro tiene efectos devastadores para nuestra memoria, capacidad de planificación (quién planifica cuando tiene un león en frente que te mira como su aperitivo), nuestro sistema cardiovascular,etc.

Es por tanto importantísimo identificar, tomar conciencia de cuándo nos encontramos en una situación de secuestro amigdalino, poner a trabajar al potente neocortex en estrategias de relativización de los riesgos o peligros que no existen verdaderamente para nuestra supervivencia. Existen así mismo indicios fisiológicos que nos muestran que podemos estar en esa situación, tales como falta de memoria, excitación, palpitaciones, falta de concentración en los planes de futuro, confusión mental, sudoración de manos, dolores frecuentes de cabeza y una larga de síntomas asociados a los estados de ansiedad que reconocemos con la experiencia de la auto observación.

La neurociencia nos ha enseñado que existen algunos pequeños trucos que se han probado eficaces contra el secuestro amigdalino ya que incrementan los niveles de oxitocina, lo que hace que se desconecte el control de la amígdala sobre nuestro organismo. Algunas de estas actuaciones son el andar deprisa o subir y bajar escaleras (por supuesto que el deporte regular ayuda a controlar el secuestro amigdalino), hablar con alguien y ser escuchado a cerca del problema que tenemos (estrategia muy femenina en la que no es necesario que nos den soluciones, tan solo ser escuchado) y utilizar el humor como válvula de escape ante situaciones estresantes.




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